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¿Y tú, con qué amas?

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Mensaje por wilmidas Sáb Oct 16, 2010 8:32 pm

Siguiendo con la ciencia del amor, me permito compartir otro texto redactado con el mismo pretexto. Inicialmente pensé eliminar los dos primero párrafos, por hacer alusión a un espacio local, pero finalmente decidí dejarlo intacto. Espero que contribuya a que tengan un conocimiento más amplio sobre el tema:


¿Y tú, con qué amas?
LA CIENCIA DEL AMOR

M. Ángel Córdova L.

Se dicen tantas cosas del amor y se cometen tantas barbaridades en su nombre, que no pudo menos que llamar mi atención el comentario que un joven le hacía hace algunos días a su pareja, a la sombra de un árbol de los que pueblan nuestra hermosa Laguna de La Pólvora (esto es en Villahermosa, Tabasco, México), sin percatarse de que había un testigo del diálogo. La chica se quejaba del escaso romanticismo de él, y éste, a su vez, ofrecía una serie de argumentos que podemos sintetizar en una de las tantas frases que le escuché decir: “¡Es que yo no te quiero con todo el corazón, sino con todo mi cerebro!”

Seguramente habrá millones de personas que vean en las palabras del muchacho una absoluta falta de delicadeza y de romanticismo, pero a mí me dejaron pensando en toda la verdad científica que encierran, pues, a fin de cuentas, es en el cerebro donde se desarrolla toda la serie de eventos que provocan ese estado que conocemos como enamoramiento.

Los científicos consideran que en algún momento de la evolución del ser humano, la parte animal, instintiva y emocional, localizada en el interior del cerebro, se conectó con la parte racional, pensante, reflexiva, que sólo se desarrolla en los animales superiores y que se localiza en la corteza cerebral.

La función del corazón en esto del amor, en todo caso, se reduce a hacerse cargo del transporte de todo el caudal de sustancias químicas que intervienen en el proceso, y que son liberadas y puestas en el torrente sanguíneo por instrucciones del cerebro.

La flecha de Cupido lleva química en la punta

La labor del cerebro empieza desde el momento mismo en que, a través de los ojos y el olfato, determina que alguien es una pareja potencial. Al parecer, desde antes que una persona se fije en otra, ya ha construido un patrón de rasgos esenciales que harán que se enamore de ella y no de alguien más.

La información recibida desencadena una serie de cambios que producen impulsos electroquímicos en el cerebro, los cuales viajan hasta la parte instintiva, donde se eslabonan con la parte pensante, que procesa los datos de acuerdo con las expectativas guardadas en la memoria, y con factores de orden psicológico y social, entre otros.

Como resultado de ello, el cerebro decreta la liberación de diversas sustancias químicas que, curiosamente, anulan, en cierta modo, su función lógica, hasta dejarlo en ese estado de enamoramiento que uno de los más influyentes filósofos españoles del Siglo XX, José Ortega y Gasset, calificó de “imbecilidad transitoria”.

La acción de algunos estimulantes naturales y productos hormonales, tales como feromonas, endorfinas, catecolaminas (adrenalina, noradrenalina, etc.), feniletilamina y oxitocina, provoca en el organismo euforia, hiperactividad, y hasta pérdida del apetito y del sueño (síntomas clásicos del enamoramiento), favoreciendo el predominio del sistema emocional sobre el racional.

Las mejillas enrojecen, el ritmo cardíaco se acelera y las manos empiezan a sudar. En ese momento, puede decirse que Cupido ha clavado su flecha, dejando al individuo a merced de la bioquímica.

Amor en Tres Actos

Estudios científicos permiten comparar al enamoramiento con una obra de teatro desarrollada en tres actos, cada uno de los cuales involucra grupos distintos de sustancias químicas.

La primera escena, tras levantarse el telón, corresponde a una etapa de anhelo, determinada por los niveles de testosterona y estrógeno, que ponen a la persona en busca de algo, aunque no sepa qué.

A continuación, ocurre una etapa de atracción, que puede considerarse como la verdadera fase de enamoramiento. Cuando las personas se encuentran en esta parte de la obra, no pueden pensar en nada más que en el ser amado. Es aquí cuando se manifiesta la pérdida de apetito y cuando se duerme menos, sin que importe, por pensar en el nuevo amor. Los responsables químicos de este “cuadro clínico” son un grupo de neurotransmisores llamados monoaminas: la dopamina, la adrenalina y noradrenalina, y la serotonina.

El último acto corresponde a la etapa de unión, en la que se determina la duración de la relación de pareja. En ella, los roles principales los desempeñan dos hormonas relacionadas con el sistema nervioso: la oxitocina y la vasopresina.

La primera es liberada por el hipotálamo durante la niñez y es la responsable de las contracciones del útero en el momento del parto, la producción láctea de la madre, así como del deseo de acunar en los brazos al bebé y, en general, de tocar y acariciar a la pareja. Se libera también durante el orgasmo y se cree que es promotora de la fuerza de la unión cuando se produce la relación íntima. La teoría supone que los lazos de una pareja se vuelven más intensos en la medida en que se tiene más sexo.

La segunda es importante para el control del riñón, y su papel en la durabilidad de las relaciones fue descubierta por los científicos al estudiar un grupo de ratas de campo.

Si bien es cierto que esta descripción del proceso ha sido un simple esbozo, y que durante las manifestaciones de enamoramiento la presión sistólica (también conocida como máxima) sube, se generan más glóbulos rojos para mejorar la oxigenación de la sangre, y el corazón late más aprisa, alcanzando hasta 130 pulsaciones por minuto, es evidente que el control de los procesos biopsicológicos que implica el amor no reside en el músculo cardíaco, cuyo papel es realmente mínimo, sino en la materia gris.

Bajo esta consideración, permítame decirlo, no me cabe la menor duda que la “aclaración de amor” que dio pie a este comentario es mucho más razonada y responsable que la habitual “declaración”. Yo no sé qué opine Usted, pero creo que la chica lo entendió de esta manera, porque lo último que escuché fue su voz diciendo el nombre de él, en un tono de total enamoramiento, que me hizo recordar una frase del maestro Antonio Machado: “Dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre de labios de una mujer”.
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